NEVER INTIM
Cuenta Orhan Pamuk en Estambul. Ciudad y recuerdos que nunca ha podido dejar la ciudad en la que nació. Otros, dice, como Conrad, Nabokov o Naipaul pudieron apartarse de ella e incluso escribir en otras lenguas, pero Pamuk sintió que no podría alejarse de aquellas calles que lo vieron nacer en la antigua Constantinopla. A Volkan Diyaroglu, que de bien joven salió de esa ciudad para recorrer medio mundo antes de llegar a Valencia, alguna vez le preguntaron sobre las influencias de su obra. ¿Quizá el action painting, tal vez el expresionismo abstracto? Y tras meditarlo un poco, respondía que puede que en la Mezquita Azul de Estambul residiera el embrión de su práctica pictórica.
Repletas de mosaicos, las paredes de la Mezquita Azul aturden al espectador que vislumbra, avasallado por el impacto visual, el orden de las cenefas y las flores que se multiplican casi hasta el infinito. No es extraño reconocer ante la obra de Volkan un impacto semejante al que proporcionan aquellos muros. Sea por su magnitud, por su colorido, el rojo, el azul, al amarillo sobre los que se incrustan multitudes de dibujos o quizá por el orden que se intuye tras la algarabía de los pequeños objetos que en ella aparecen, lo cierto es que su obra consigue quedarse con la mirada de quien a ella se acerca.
Algún objeto es que el entra de primeras en esa rápida mirada. Una casa, pirámides. A continuación se intuyen otros pocos, aunque unidos sin sentido. La cabeza de un perro, la raspa de un pescado. Aparecen, están ahí, pero podrían no estar. Se combinan con garabatos carentes de sentido desligados de su contexto. En realidad todos perderían su esencia apartados de donde están, pero la verdad es que esa esencia no se vislumbra clara para quien se planta enfrente del lienzo. ¿Importa?
Vasos, conos, vasijas, cajas, cubos… Cuesta ver que hay entre tanto ruido. Las trompetas ensordecen al espectador. No es música, no son trompetas. Ruido y más ruido. Las gruesas líneas que salen de los tubos y que con Haring, y con toda la tradición de viñetas y cómics, denotaban movimiento, aquí están más cerca de la artillería onomatopéyica de Marinetti. El futurista conseguía con la tipografía remarcar el ruido de la onomatopeya, como en Zang tumb tumb. Volkan se basta con las rayas para inundar el lienzo de estruendo.
Entre los extraños objetos pintados resaltan unas huellas de zapatos. Aparecen por aquí y por allá. El pintor ha estado trabajando de pie encima del lienzo, y no se ha molestado en ocultar las marcas de su calzado. Quizá sea esta la más rara performance: el proceso de creación de la obra está presente en ella sólo cuando está acabada. Volkan no nos enseña el momento en que crea, pero ese momento, con las huellas, con las pequeñas gotas que le han caído mientras pintaba y que se esparcen por el lienzo, denotan que nos lo quiere enseñar aunque sea después. Son las intimidades de la creación, ¿para qué ocultarlas?
Pau Andrés
Marzo de 2008